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Cuando el ruido duele: la urgencia de comunicarnos mejor

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Por.  Rafael Juarbe Pagán

En Puerto Rico, algo importante está ocurriendo en la manera en que nos hablamos. Basta con mirar las redes sociales para notarlo: palabras filosas, sarcasmos punzantes, burlas que disfrazan el resentimiento. Comentarios que no discuten ideas, sino que descalifican personas. Lo que podría ser una diferencia de criterio, muchas veces termina en ataque. Y mientras más hiriente es el tono, más atención parece recibir.

Este ruido no es inocente: duele. Porque detrás de cada publicación hay alguien leyendo, sintiendo, cargando. Y también, alguien escribiendo, decidiendo qué decir y cómo decirlo. Estamos conviviendo con un estilo de conversación que muchas veces desgasta, lastima, polariza. Ese mismo lenguaje va sembrando una cultura donde la sospecha reemplaza al reconocimiento, y donde el juicio rápido desplaza al entendimiento.

Un estudio reciente expuso una tendencia preocupante: cuando alguien logra avanzar, surgir o destacar, es común que surjan reacciones cargadas de cinismo o desconfianza. Lo que parece una simple broma a veces encierra una dificultad para reconocer el éxito ajeno sin reservas. Esa forma de responder nos interpela. ¿Qué nos dice de nuestra manera de vernos entre nosotros? ¿Qué pasaría si aprender a reconocer lo valioso en los demás fuera parte de nuestro día a día?

Este no es un reclamo para silenciar posturas ni disimular desacuerdos. Al contrario. Es una invitación urgente a hacerlo distinto. A transformar la forma en que nos expresamos cuando pensamos distinto. A poner la palabra al servicio del entendimiento, no de la fragmentación. Porque el modo en que nos hablamos influye directamente en cómo nos tratamos, cómo convivimos y qué país construimos juntos.

Ser asertivos no significa limitar nuestras ideas, sino comunicarlas con claridad y respeto. Es sostener lo que pensamos sin invalidar al otro. Es defender una causa sin despreciar a quien la cuestiona. Es poder hablar con firmeza, sin caer en la hostilidad.

Necesitamos más empatía activa. Esa que no requiere estar de acuerdo para escuchar, ni compartir una historia para reconocer que existe. En los espacios digitales tan rápidos, tan públicos, practicar la empatía es un acto de responsabilidad. Mirar más allá del comentario, del perfil, del error. Preguntarnos qué hay detrás, qué podemos aportar para que el intercambio tenga sentido y dignidad.

Y sí, la crítica sigue siendo esencial. Pero una crítica que proponga, que sume, que no se quede en el señalamiento. Una crítica que construya en vez de desgastar.

Hablar mejor es una tarea colectiva. No requiere un cargo, una plataforma ni un título. Solo requiere intención. Elegir palabras que conecten en lugar de distanciarnos. Preguntarnos qué dejamos en los demás con lo que decimos. Si queremos diálogo y respeto, hay que promoverlo.No se trata solo de tener razón. Se trata de no perder el vínculo. Y eso, cada uno de nosotros puede decidirlo.

 

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